lunes, 28 de diciembre de 2009

La vida es un teatro alquilado

La vida es un teatro alquilado. Cuando nos toca actuar como actores, la mayoría de las veces nos limitamos a aprendernos nuestro papel y a soltarlo sin más. Algunos, llevados por un humanismo que es, en ocasiones, un defecto, prestamos atención al diálogo del resto de los personajes y nos preguntamos por la influencia que sus acciones y sus palabras tienen/tendrán sobre el rol que nos ha tocado interpretar. En todo caso, sea en teatro estable o en gira por provincias, la primera función siempre nos presenta un teatro vacío, un escenario aparentemente virgen que, sin embargo, ha cohabitado con otros actores y otros atrezzos en más de una ocasión. ¿Quién pisó antes que nosotros este mismo escenario?

El viajero pasional se hace esta pregunta a cada paso que da.

No es necesario hacer dos mil kilómetros para pisar un escenario interesante en el que hayan actuado anteriormente actores ilustres. Muchas veces, olvidamos que bajo nuestras aceras yace el polvo de los siglos. A veces, como en el ejemplo de la tienda Sfera en pleno centro de Huelva, alguien ha tenido la decencia de dejar a la vista un fragmento desenterrado de lo que una vez fue Tartessos; otras, sólo hay que levantar la vista para averiguar algo más.

A diario, en esa otra vida que algunos consideran la vida corriente y que yo estoy cada vez más por considerar una fantasía que vivo de ocho a tres a cambio de un pobre salario de actor de provincias, paso junto a una señal que marca el paso de un hombre interesante por un escenario en apariencia corriente.

Suelo detenerme en el mismo semáforo todos los días. El maldito artefacto me conoce y se pone en rojo cuando me ve acercarme. Lo hace a diario. La radio del coche me aburre con los sueldos de los futbolistas y con las peleas de gallos de la política nacional, y suelo desviar la mirada a menudo hasta una placa que hay adosada a una fachada. Hoy es una tienda. En ella se puede leer que en este lugar escribió José Nogales su cuento Las tres cosas del tío Juan.

José Nogales fue muchas cosas además de escritor. Por poner sólo un ejemplo, fue el único periodista que se atrevió a escribir sobre la matanza del 4 de febrero del Año de los Tiros (1888) cuando los mineros de Río Tinto se unieron para protestar contra las precarias condiciones en que trabajaban. Un siglo después y con el velo de la ficción, también han escrito sobre estos sucesos Cobos-Wilkins (El corazón de la tierra) y Rafael Moreno (1888, el año de los tiros). En su momento, esta integridad (moral) de Nogales le costó multas, rechazos, aislamientos y se cuenta que también algún atentado fallido contra su integridad (física).

Colaboró en revistas como Blanco y negro y La ilustración española y americana. Durante su estancia en Marruecos fundó el periódico El lejano Occidente. En cuanto a su producción literaria, abunda en narraciones breves ilustradas de costumbrismo y preocupación social, así como de un sentido del humor inspirado en Quevedo, como en su En los profundos infiernos o zurrapas del siglo (1896). También habría que mencionar su novela Mariquita León.

Al igual que en su casa natal de Valverde o en la que fuera su casa de Aracena, en ésta de San Juan del Puerto también hay una placa que recuerda su paso. La diferencia sustancial (y pasional) es que fue en esta casa de la travesía de San Juan donde el escritor serrano escribió el cuento Las tres cosas del tío Juan, con el que ganó en 1900 el premio del periódico El liberal, imponiéndose a otros escritores del momento como Valle–Inclán.

En la placa, se puede leer acerca del celebrado cuento: "Nunca, ni aun en los florecimientos de nuestra Literatura Magna, ha llegado el ingenio humano a producir obra más acabada y sublime", en palabras de Antonio Zozaya.

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