jueves, 3 de mayo de 2007

Declaración de intenciones

Cuando el Gran Khan pregunta a Marco Polo por qué inventa mentiras sobre sus viajes a Las ciudades invisibles, el famoso viajero responde que lo hace porque el verdadero viaje es un periplo interior.

Viajar por viajar, viajar por pasión.

En la infumable El cielo protector, John Malkovich sentencia que la diferencia entre un turista y un viajero estriba en que el turista sabe cuándo va a partir y cuándo va a volver; el viajero, no. Yo voy más allá: partir pensando en volver es como quedarse en casa.

El viajero pasional nunca se mueve en busca de rincones nuevos ni para ver y alcanzar horizontes desconocidos. El verdadero viajero se busca a sí mismo en la distancia, persigue su propio reflejo en un escenario exótico donde antes ha visto fotografiado a otros. Esta envidia por las vidas ajenas, por ejemplo, me ha hecho deambular a mí por el París de Cortázar, acercarme a las dos tumbas de Dante, pasear por los callejones de la Venecia de Thomas Mann, por la de La Tempestad de Juan Manuel de Prada, imaginar mientras recorría la Mancha en alta velocidad que iba sobre un rocín flaco en busca de doncellas en apuros y –¿por qué no admitirlo?– recorrer algunos cientos de veces las mismas calles por donde Juan Ramón paseaba abstraído con sus rimas en la cabeza.

¿Viajes literarios? Y, ¿por qué no?

Por eso, querido viajero que ha recabado en este puerto por casualidad, no debe usted esperar de estos textos ensayos exhaustivos ni eruditos ni atlas con intenciones academicistas. La que tiene usted en su pantalla es una guía para encontrarse a sí mismo, una guía para el que podríamos llamar del viajero pasional, y que pretende ser, ante todo, una ruta a través del corazón de un poeta fracasado que recorre el mundo siguiendo los lugares que marcaron su vida con las palabras de los libros.

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